El descubrimiento de lo humano
Fui un joven curioso, inquieto por entender el mundo y a quienes lo habitan. Por fortuna, siempre conté con el apoyo de mi familia, lo que me permitió vivir la adolescencia con libertad, explorando distintas formas de ser y estar en el mundo. Pasé por muchas tribus urbanas: fui punkero, rasta, skater, rockero, barrista… incluso viví un tiempo como Hare Krishna. Cada una de esas etapas me dejó una huella, pero, sobre todo, me mostró algo que sigo creyendo hasta hoy: el ser humano es complejo, y busca distintas maneras de expresar su mundo interno.
¿Qué me movía? Comprender qué pensaba cada persona, qué sentía, por qué se identificaba con ciertos símbolos o formas de vida. Esa búsqueda me llevó a tomar una decisión radical: a los 17 años me fui de casa para vivir dos años como monje. Fue una experiencia transformadora, que me regaló dos aprendizajes que hoy definen mi forma de estar en el mundo, tanto como psicólogo como ser humano:
Si buscas con sinceridad, siempre encontrarás a alguien dispuesto a ayudarte.
Cada persona tiene su historia; escuchar siempre será mejor que juzgar.
Fue ahí donde reafirmé que mi pasión estaba en lo humano, en conectar con el otro desde la empatía, el respeto y la autenticidad. Para mí, ser psicólogo no es solo una profesión: es una forma de mirar la vida, de mirarme y mirar al otro tal como es, sin juicios.